domingo, 4 de diciembre de 2016

¿Por qué los palestinos quieren demandar a Gran Bretaña? – Declaración de Blafour


El pasado Julio, las autoridades palestinas dieron el inesperado, aunque tardío paso de buscar el apoyo árabe para demandar a Gran Bretaña por la Declaración Balfour. Esta “declaración” fue el primer compromiso explícito hecho por Gran Bretaña (y por el autoproclamado Occidente en general) para establecer una patria judía sobre la ya existente patria palestina.

Hay que decir que en aras de esta racialización de la religión se ha expandido la idea de que los judíos son todos una misma raza y un mismo pueblo. Nada más alejado de la realidad, ¿Nos imaginamos un pueblo cristiano? Ecuatorianos, chinos, caucásicos, gitanos…

Aún es pronto para saber si la Liga Árabe prestará atención a la llamada palestina, o si la Autoridad Palestina seguirá siquiera adelante, especialmente considerando que esta última tiene el hábito de hacer demasiados llamamientos respaldados por poca o ninguna acción y que una cosa es hacer una demanda y otra ejercer el poder.

De todas formas, parece que el próximo año será testigo de un significativo tirón de la soga de la guerra respecto a la Declaración Balfour, cuyo centésimo aniversario será conmemorado el día 2 de noviembre de 2017.

Pero, ¿quién es Balfour, qué es la Declaración Balfour y por qué todo esto es importante hoy en día?

El Secretario Británico de Relaciones Exteriores de finales de 1916, Arthur James Balfour, prometió el territorio de Palestina a otras gentes. Esa promesa se hizo el día 2 de noviembre de 1917 en nombre del gobierno británico en forma de una carta enviada al líder de la comunidad judía de Gran Bretaña, Walter Rothschild. Es decir, se prometió la tierra Palestina a la comunidad judía blanca de Inglaterra.

En aquel momento, Gran Bretaña ni siquiera controlaba Palestina, que aún era parte del Imperio Otomano. Aún así, Palestina nunca fue posesión de Balfour como para entregársela a nadie tan casualmente. Su letra decía:

“El gobierno de su majestad ve con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará todo lo posible para facilitar el logro de este objetivo, entendiéndose claramente que no se ha de hacer nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos políticos que disfruta la comunidad judía en cualquier otro país.” Concluyó: “Agradecería que se hiciera llegar esta declaración al conocimiento de la Federación Sionista”.

Balfour apenas actuaba por su cuenta. Es cierto que la declaración lleva su nombre, pero, en realidad, era un agente leal de un imperio con unos diseños geopolíticos inmensos, no sólo concernientes a Palestina, sino con Palestina siendo parte de un territorio árabe mucho mayor.

Tan sólo un año antes había aparecido otro siniestro documento, aunque en secreto. Estaba apoyado por otro alto diplomático británico, Mark Sykes, y, en nombre de Francia, por François Georges-Picot. Rusia fue informada del acuerdo, ya que también recibió parte del pastel otomano, el Hombre enfermo de Europa, ahora se entiende mejor en apodo,¿ no creen?.

El documento indicaba que, una vez los otomanos fuesen completamente derrotados, sus territorios, incluyendo Palestina, serían repartidos entre las potencias ganadoras.

El acuerdo Sykes-Picot, también conocido como el ·”Acuerdo de Asia Menor”, fue firmado en secreto hace 100 años, tras dos años del comienzo de la I Guerra Mundial. El acuerdo demostraba la naturaleza brutal de las dos potencias colonizadoras, que rara vez asociaban las tierras y sus recursos con las personas que las habitaban o las poseían.

La pieza central del acuerdo era un mapa marcado por líneas rectas por un lápiz gráfico de China. El mapa determinaba ampliamente el destino del pueblo árabe, dividiéndolo de acuerdo a varias suposiciones de líneas tribales y sectarias, según el entendimiento del autoproclamado Occidente de la época.

Este mapa improvisado no consistía sólo en líneas, sino también en colores, además de un lenguaje que atestiguaba el hecho de que ambas naciones veían la región árabe puramente en términos materialistas, sin prestar una mínima atención a las posibles repercusiones de separar por completo civilizaciones enteras con una amplia historia de cooperación y conflictos. Las negociaciones de Sykes-Picot se completaron en marzo de 1916 y, aunque el acuerdo era oficial, fue firmado en secreto el 19 de mayo de 1916.

La I Guerra Mundial concluyó el 11 de noviembre de 1918, y fue entonces cuando comenzó realmente la división del Imperio Otomano.

Los mandatos británicos y franceses se extendieron sobre las entidades árabes divididas, mientras que Palestina fue concedida al movimiento sionista un año después, cuando Balfour cumplió la promesa del gobierno británico, condenando el destino de los palestinos a una vida de guerra perpetua.

La hipocresía británico-occidental y su completo desprecio por la aspiración nacional de cualquier otro país fueron raramente exhibidos plenamente, como en el caso de Palestina. Comenzando con la primera ola de migraciones de sionistas, muchos de ellos de religión judía y todos blancos, a Palestina en 1882, los países europeos ayudaron a facilitar el movimiento de colonos y recursos ilegales, donde se establecían varias colonias, grandes y pequeñas.

Así que, cuando Balfour envió su carta a Rothschild, la idea de una patria judía en Palestina era bastante plausible.

Aun así, se hicieron muchas promesas fantásticas a los árabes y también a los ahora aclamados kurdos durante los años de la Gran Guerra, ya que el liderazgo árabe se unió al bando británico en la guerra contra el Imperio Otomano. A los árabes se les prometió independecia inmediata, incluyendo Palestina.

Cuando las intenciones de Gran Bretaña y su relación con los sionistas se hicieron demasiado evidentes, los palestinos se rebelaron, una rebelión que aún no ha cesado 99 años después; protestando por las horribles consecuencias del colonialismo británico y la eventual toma de posesión sionista de todo el territorio palestino, que aún se teme tras todos estos años.

Los intentos de Paltry de calmar la ira de Palestina fueron inútiles, especialmente después de que el Consejo de la Liga de las Naciones aprobase los términos del mandato británico en Palestina en julio de 1922 (que fue originalmente garantizado a Gran Bretaña en abril de 1920), sin consultar a los palestinos. De hecho, los palestinos desaparecerían del radar británico e internacional, sólo para reaparecer como obstáculos para la alianza británica-sionista, disfrazada de judaísmo.

A pesar de de las afirmaciones ocasionales, la intención de Gran Bretaña de asegurar el establecimiento de un estado exclusivamente judío en Palestina era cada vez más clara. La Declaración Balfour no fue tan sólo una aberración, sino que además preparó el terreno para la limpieza étnica a gran escala que llegaría tres años después.

De hecho, esa historia permanece en una repetición constante: los sionistas tomaron Palestina y la renombraron “Israel”; los británicos continuaron apoyándoles, aunque nunca dejaron de negociar con los árabes; y el pueblo palestino permanece siendo una nación fragmentada geográficamente entre los campos de refugiados, la diáspora, ocupada militarmente, o tratados como ciudadanos de segunda clase en una tierra en la que sus antepasados han vivido desde tiempos inmemoriales.

Si bien Balfour no puede ser culpable de todas las desgracias que han caído sobre los palestinos desde que él publicó su breve pero infame carta, la noción de que su “promesa” encarnaba – ese desprecio absoluto por las aspiraciones nacionales y los derechos del pueblo palestino árabe – esa misma carta es entregada de una generación de diplomáticos británicos a otra, de la misma forma en la que la resistencia palestina al colonialismo ha continuado y se ha extendido durante generaciones.

Esta injusticia continúa, así como la perpetuación del conflicto. Lo que Gran Bretaña, los primeros sionistas, los americanos y los subsiguientes gobiernos israelíes no llegaron a entender y siguen ignorando, es que no puede existir la paz sin la justicia y la igualdad en Palestina, y que los palestinos seguirán resistiendo tanto como las razones que provocaron su rebelión hace casi un siglo sigan vigentes.

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